Diagnóstico

El diagnóstico era contundente.
Repetidas veces inspeccionó el contenido del sobre como si éste fuera a cambiar por arte de magia, o milagro, claro que él no creía en los milagros, y mucho menos en la magia.
Atónito lo leyó una vez más como queriendo asegurarse, se sintió desorientado, perdido, como quién no comprende el idioma o la escritura.
No es posible, se repetía en silencio una y otra vez, se sentía vivo, fuerte, era un hombre alegre la mayoría del tiempo.
En su mente resonaba el veredicto como resuenan las campanas en un cementerio desierto.
Jamás pensó que algo así fuera posible, nunca imaginó que esa fuera la explicación al vacío que sentía cuando el silencio lo rodeaba, ni si quiera sabía si era plausible esto de no poseer un alma.
Releía perplejo mientras intentaba recordar algún vestigio de espiritualidad o consciencia, se suponía que aquello dependiera del alma que llevamos dentro o dondequiera que la tengamos.
El llanto del bebé se oía estridente y cercano, como un aire frío, envolvente y punzante lo devolvió a la realidad.
Despertó, era hora del siguiente biberón, le tocaba a él.