La espera

El rencor había anidado en su vida hacía demasiado tiempo.
No se atrevía a cuestionar los demasiados por qué de esa sombría persona en la que se había convertido. Infinitas razones, se decía a si mismo frunciendo el entrecejo. Ya ni recordaba, argumentaba él a su propia intriga.
Su penumbrosa presencia acompañada de un pálido silencio, contagiaba todos los espacios que habitaba, como si la mismísima muerte con su gélido aliento le hubiera secuestrado la vida.
Fue un día cualquiera, cuando caminando en el anonimato que otorgan las grandes ciudades, que inesperadamente la cruzó en medio de ese parque atestado de bullicio infantil.
Se sintió sucumbir espantado en la luminosidad de sus ojos.
Él no era vulnerable a la luz, y sin embargo ella lo penetró sin piedad, haciéndolo revivir su alumbramiento y volviéndolo a la vida.
Sonríe.
No recuerda ya nada de su vida anterior.
Vive a la espera de que una pronta coincidencia, el destino o quien sabe qué cosa, lo lleve a respirarla una vez más, cuando cada día a esa misma hora, recorre sigilosamente aquel sendero que los vio nacer.

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