Jugar por jugar, vivir por vivir.


Aprendí que la vida es un juego y que eso es también una frase hecha, un lugar común muy poco común en realidad.
Nos tomamos la vida tan en serio, que nos creemos mejores y mayores cuando olvidamos cómo hacíamos de niños para usar todo ese poder que nos regala la imaginación.
Estuve muerta muchos años, si, muerta... Ya no jugaba ni por el hecho de complacer a mis hijos, morí en mis propias manos cuando me rendí ante la seriedad, ante el compromiso de tomarme la vida en serio, que ironía, tan seria me puse un día, que al final no me quedó otra que resucitar.
En mi caso la seriedad vino de la mano de la rigidez, y fui cayendo en un pozo sin risas ni juegos,en el que se ahogaron hasta los fantasmas, y creí que ganaba, que sumaba ejemplo, credulidad, y estabilidad, pero un día me morí de no reír, me quebré de no jugar, y me perdí hasta de mi.
¿Cuándo volví? No sé.
He de haber vuelto cuando ya no quedó otro camino que tomar, que el de tomar la vida como un juego. Juegos hay muchos.
Confieso que nunca preferí los de estrategia, los personajes de fantasía siempre me sedujeron, si me daban a elegir era princesa, hada, bruja, maga o super-héroe, me sentía a mis anchas en el rol de mamá, y de maestra, pero ha de haber sido porque siempre hice magia, hasta que crecí y morí de tanto jugar sola, de tanta seriedad, de tantos quiebres ...
¿Qué importa después de todo si fue o no real, si en realidad yo me lo creí?
Y aquí estoy, volví, me pongo alas cada mañana, y esa nariz roja que un payaso amigo me regaló, desayuno junto a mi bola de cristal, me deslizo sobre la alfombra mágica de acá para allá, viajo, exploro y río hasta de mi sombra por temor a volverme a aburrir.
Aburrimientos hay miles, yo me aburrí de vivir, nunca de mí, lo que pasó, y lo digo en mi disculpa, es que me perdí. Pero es historia vieja...
Perdona que interrumpa mi relato aquí, es que me apuran los duendes, dicen que lleve linterna, sombrero y  monopatín... quién sabe qué estén tramando... Chau, me tengo que ir.

Dedicado a ese niño que sobrevive (a veces escondido) dentro nuestro.

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