Caminos

 De repente se encontró entre una bifurcación de caminos, y detrás de si, el abismo.
 No hubo mucho tiempo para pensar, el terreno se movía a sus pies, se desmoronaba con un sonido espantoso, como si tronara bajo el asfalto, como si un gusano gigante devorase todo lo que bajo de ella se encontraba, lo primero que le pasó por la mente fue su historia, completa pero fugaz, inútil perdida de tiempo se dijo, y se echó a correr.
 No fue hasta unas horas después que se dio cuenta que había tomado el camino de la izquierda, ella nunca hubiera elegido el camino de la izquierda, porque no le salía natural elegir esa dirección, como todo diestro, hubiera sido natural ante el impulso, en medio del pánico, tomar el camino de la derecha, pero no, había actuado instintivamente, e improvisamente reparó en que su instinto no respondía a ninguna lógica posible.
 Parecía que la tormenta había sacudido las entrañas del planeta, no supo hasta más tarde la magnitud del hecho, en ese momento no le preocupaba otra cosa que sobrevivir, como un animal salvaje, corrió, sin aliento, sin pausa, sin reparo, solo corrió hasta perder los sentidos, hasta desmoronarse ante eso que parecía un buen refugio, se arrastró cuanto pudo, ya no se oía ese rugir bajo su cuerpo ahora tendido bajo el toldo gris de aquella desierta galería.
 Inerte en el suelo, con la mirada perdida en el cielo, pensaba en las diferentes posibilidades, recordó las series de zombies en la tv que tanto la apasionaban, y ya no le parecieron fascinantes, pensó en un apocalipsis y la idea de una guerra también estaba entre sus fantasías, maldijo el momento en el que dejó de informarse pensando que de esa forma estaría a salvo de cualquier psicosis o catástrofe causada por sus pares, que tan deshumanizados estaban, se equivocó... Otra vez se había equivocado.
 Equivocarse era una constante en su vida, pero aún así ella se apreciaba, sabiéndose imperfecta y algo insatisfecha, ella sentía un gran deseo de vivir, y gozaba de ese privilegio sabiendo que el lugar y el momento habían sido atribuidos al azar de la naturaleza, aunque si se detenía a pensarlo, nada en la naturaleza era tan azaroso, es más, se dijo a si misma que todo parecía estar meticulosamente ordenado. Entonces ¿qué hacía ella ahí? No tenía idea.
 El sonido cercano de los pasos la obligaron a volver a la realidad, fijó su mirada en el rostro de aquel hombre que sostenía en su mano una botella de agua, como ofreciendosela. Se incorporó, agradeció con un gesto, sin pronunciar sonido, tomó la botella y bebió como si hubiera recorrido el planeta a pié. Cuando pudo, pasados unos cuantos minutos, dijo gracias, son una debilidad en su voz que sonaba inusual, se sentía débil, estaba desorientada en presencia de aquel extraño que no modulaba palabra.
 Haciendo un esfuerzo e intentando mantenerse en pié con el poco resto de fuerza que le quedaba, siguió al hombre en su andar, obscurecía lentamente, como obscurece en las noches de verano, como si el sol pidiera permiso para retirarse tímidamente, y la calma a su alrededor la invitaba a ser más prudente de lo que su torpeza le permitiera, supongo que no he mencionado su torpeza innata, cuesta creer que haya podido sobrevivir a semejante temblor sin más consecuencia que su agotamiento físico y sus fantásticas historias de fin del mundo.
 Una grieta se había abierto en el monte, una falla de esas que permanecen dormidas por siglos y de repente despiertan con furia y arremeten contra todo lo que se haya plantado y clavado en su camino.
 Parecía mentira que estuviera sentada alrededor de esa mesa, a la luz del candil, con aquella familia que sin preguntar ni si quiera su nombre había abierto las puertas de su rancho para darle cobijo y consuelo.
 Una vez más creyó en su raza y se sorprendió sabiendo que no había tomado el camino equivocado, sintió por una vez que estaba exactamente donde tenía que estar. Sonrió y se acomodó como quien se siente protegida y a gusto con la tierra y el cielo. Todo estaba bien.


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