Solos venimos y solos nos vamos
Resfrío en puerta, mates, cielo gris, puchito y el deseo de plasmar pensamientos que no encuentran otra salida... podría ser domingo, pero es miércoles y en mi extraña realidad no le encuentro ninguna diferencia más que la voz de mi hijo resonando en la planta alta.
"Solos venimos y solos nos vamos", dicen los eruditos pensadores de la realidad, y es cierto, llegamos solos porque en ese conducto no cabe más que uno, y es cierto, nos vamos solos porque el traje de madera no viene de dos plazas, pero es una verdad a medias, como todas las verdades.
Llegué a una casa que ya estaba habitada, no estoy segura si me esperaban con ansia y deseo, pero igual me abrieron las puertas, y allí me esperaban otros dos críos algo más grandes que yo, poco, muy poco para lo jóvenes que eran mis padres, también estaban los abuelos y los tíos, todos en la misma casa, esperando mi llegada, no se que tan sola llegué, no estoy segura de eso, Mercedes asistió a mi mamá parturienta, por tercera vez en menos de tres años.
Años más tarde conocería a Mercedes, la partera, no la recuerdo en el nacimiento de mi hermana menor, pero tengo un vago recuerdo de una vez, saliendo o entrando de algún sanatorio (el Plaza creo) que mi madre la cruzara y me la presentara, y me pareció inusual y hasta privilegiado ver nuevamente el rostro de quien me tendió las manos por primera vez, y hoy pienso (no se si en ese momento habré tenido esa sensación) que no llegué sola, que llegué acá de la mano de Mercedes, la partera de mi mamá.
Y surge una pregunta, como obligada... ¿Quién me tenderá la mano para acompañarme a la salida? Ojalá sea una mano amiga, una mano amada y familiar, que sepa comprender la importancia de ese viaje y el inmenso valor de una última mirada.
"Solos venimos y solos nos vamos", dicen los eruditos pensadores de la realidad, y es cierto, llegamos solos porque en ese conducto no cabe más que uno, y es cierto, nos vamos solos porque el traje de madera no viene de dos plazas, pero es una verdad a medias, como todas las verdades.
Llegué a una casa que ya estaba habitada, no estoy segura si me esperaban con ansia y deseo, pero igual me abrieron las puertas, y allí me esperaban otros dos críos algo más grandes que yo, poco, muy poco para lo jóvenes que eran mis padres, también estaban los abuelos y los tíos, todos en la misma casa, esperando mi llegada, no se que tan sola llegué, no estoy segura de eso, Mercedes asistió a mi mamá parturienta, por tercera vez en menos de tres años.
Años más tarde conocería a Mercedes, la partera, no la recuerdo en el nacimiento de mi hermana menor, pero tengo un vago recuerdo de una vez, saliendo o entrando de algún sanatorio (el Plaza creo) que mi madre la cruzara y me la presentara, y me pareció inusual y hasta privilegiado ver nuevamente el rostro de quien me tendió las manos por primera vez, y hoy pienso (no se si en ese momento habré tenido esa sensación) que no llegué sola, que llegué acá de la mano de Mercedes, la partera de mi mamá.
Y surge una pregunta, como obligada... ¿Quién me tenderá la mano para acompañarme a la salida? Ojalá sea una mano amiga, una mano amada y familiar, que sepa comprender la importancia de ese viaje y el inmenso valor de una última mirada.