Paréntesis
Mientras llueve.
El perro se empecina en destrozar lo poco que queda en pié en la casa echada al abandono, como quien por inercia aún la habita, esperando que junto con el agua, lluevan cambios.
Los gatos anidan sueños en los rincones, entre lamidas y ronroneos, imitando a perezosas estatuas egipcias de lujoso mármol.
Las paredes, húmedas de coartados llantos, esconden verdades, crujen en secreto, se agrietan de espanto en cada estallido que el cielo plomizo y encapotado deja caer sacudiendo su manto.
La luz gastada de la sala, temblorosa y débil, apenas logra disimular los invasores tonos grises del afuera y el adentro.
Grita el cielo, como queriendo provocar algún milagro.
Suena débil la música en la vieja radio, y las aspas del ventilador se abren camino en la pesadez que mezcla humedad, sahumerio y tabaco a los vicios del aire.
Un libro deshojado y maloliente espera en una gastada esquina de la mesa de noche, empolvado y olvidado, yace, junto a un velador que no vela ni las noches ni los sueños de sus dueños.
Los pasos no se oyen, no retumba más que el viento y los ladridos que a él le dedica el perro en la pereza del tiempo.
Mientras llueve.